Ironico divertimento
Cándido no ocultó a sus compañeros de Turín la historia de su expulsión del partido e incluso hizo un relato minucioso de aquellas circunstancias. Quienes le oyeron comentaron que allá abajo, en Sicilia, podía ocurrir cualquier cosa y que, en realidad, ocurría. Y que también era así en las filas del Partido Comunista. Asimismo dijeron que, con el tiempo y, por supuesto, con el consentimiento de quienes le habían expulsado, podrían volver a admitirlo. Pero con el tiempo, en cambio, comenzaron a dar muestras de que poco se fiaban de él.
Todo comenzó una noche, mientras se analizaba el temor de que se produjera en Italia un golpe de Estado. Todos creían en el asunto, y ninguno, a excepción de Cándido, dudaba siquiera del éxito del golpe.
Alguien afirmó que era necesario estar preparados para abandonar el suelo italiano; casi todos se mostraron de acuerdo. Cándido preguntó:
-¿Y adónde iríais?
La mayoría respondió que a Francia. Otros preferían pensar en Canadá y en Australia. Cándido preguntó, y se preguntó a sí mismo, porque también él había pensado, como la mayoría, en Francia.
-¿Y cómo puede ser que ninguno de nosotros quiera ir a la Unión Soviética?
Algunos compañeros le miraron torvamente, otros farfullaron algo.
-¿Es o no es un país socialista? -insistió Cándido.
Casi a coro, llegó la respuesta:
-Pero a ver si nos entiendes, claro que sí... Es un país socialista, por supuesto.
-Pero entonces -dijo Cándido-, todos tendríamos que estar deseosos de ir allá, si es que somos socialistas.
Hubo un gélido silencio. Después, como si fuera una hora más avanzada de lo normal -cuando en realidad era una hora más temprana de lo normal-, todos se pusieron en pie y se marcharon.
Algunos días más tarde, de labios de un compañero más caritativo que los demás, Cándido supo que los nuevos compañeros le consideraban ya, a causa de las preguntas que había formulado durante aquella conversación, un provocador.
(Leonardo Sciascia Cándido o Un sueño siciliano)
Todo comenzó una noche, mientras se analizaba el temor de que se produjera en Italia un golpe de Estado. Todos creían en el asunto, y ninguno, a excepción de Cándido, dudaba siquiera del éxito del golpe.
Alguien afirmó que era necesario estar preparados para abandonar el suelo italiano; casi todos se mostraron de acuerdo. Cándido preguntó:
-¿Y adónde iríais?
La mayoría respondió que a Francia. Otros preferían pensar en Canadá y en Australia. Cándido preguntó, y se preguntó a sí mismo, porque también él había pensado, como la mayoría, en Francia.
-¿Y cómo puede ser que ninguno de nosotros quiera ir a la Unión Soviética?
Algunos compañeros le miraron torvamente, otros farfullaron algo.
-¿Es o no es un país socialista? -insistió Cándido.
Casi a coro, llegó la respuesta:
-Pero a ver si nos entiendes, claro que sí... Es un país socialista, por supuesto.
-Pero entonces -dijo Cándido-, todos tendríamos que estar deseosos de ir allá, si es que somos socialistas.
Hubo un gélido silencio. Después, como si fuera una hora más avanzada de lo normal -cuando en realidad era una hora más temprana de lo normal-, todos se pusieron en pie y se marcharon.
Algunos días más tarde, de labios de un compañero más caritativo que los demás, Cándido supo que los nuevos compañeros le consideraban ya, a causa de las preguntas que había formulado durante aquella conversación, un provocador.
(Leonardo Sciascia Cándido o Un sueño siciliano)
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